«Cometí un crimen, que fue llevar los pobres a la universidad, permitir que compren coches, que tengan comida y si es así, seré un criminal el resto de mi vida», dijo Lula en un discurso cargado de emoción.
Con ese discurso, puso fin a la resistencia que inició el pasado jueves, cuando después de que la Justicia dictó sentencia de prisión en su contra, se enclaustró junto a dirigentes del Partido de Trabajadores (PT) y de movimientos sociales en el Sindicato de los Metalúrgicos de Sao Bernardo do Campo.
El juez Sergio Moro, que le halló culpable de corrupción en un caso asociado al escándalo en Petrobras, le había dado plazo hasta las cinco de la tarde del viernes para entregarse, pero Lula lo ignoró.
La última excusa para postergar su encarcelamiento fue una misa que se celebró este sábado en el sindicato, en memoria de su fallecida esposa, que habría cumplido 68 años.
Lula rompió su encierro y su silencio con la misa, y pareció surgir el líder sindical de puño alzado y verbo encendido de años atrás, que atacó a la «elite», a la prensa y a «jueces al servicio los poderosos», a los que acusó de llevarlo tras las rejas para evitar que vuelva a gobernar.
«No les perdono que hayan sembrado la idea de que soy corrupto. Ninguno de ellos duerme con la conciencia tranquila de la verdad y la honestidad que yo tengo», declaró.
Pero tampoco se dio por vencido. «Saldré de esta más fuerte, más verdadero y más inocente, porque voy a probar que ellos cometieron el crimen de perseguir a un hombre sin culpas», dijo.
La entrega de Lula, sin embargo, demoró varias horas después de su discurso e incluso casi fue impedida por decenas de militantes que bloquearon los portones y no dejaron salir su automóvil.
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