Primcias24.com (Opinión)- El presidente Nicolás Maduro fue a dar un discurso ante la 73° Asamblea General de Naciones Unidas, muy seguramente motivado por el hecho de que el mandatario norteamericano Donald Trump había manifestado su disposición a reunirse con él si se encontraba en Nueva York. Días antes el propio Maduro había dicho que no concurriría porque su vida corría peligro. ¿Qué fue lo que motivó su cambio de parecer? ¿El chance de verle la cara al presidente de la principal potencia económica y militar del planeta?
Si la respuesta es positiva, como mucha gente lo cree, entonces el objetivo no fue cumplido “por ahora”, como diría el difunto comandante Hugo Chávez el propio 4 de febrero de 1992 cuando el intento de derrocar al gobierno de Carlos Andrés Pérez ya había fracasado. Maduro se lanzó a Nueva York y solo obtuvo una escueta y negativa respuesta de la fría y calculadora diplomacia norteamericana.
Por más que en su discurso ante una discreta asistencia en la plenaria de la ONU reiteró su disposición a reunirse con Trump, del lado estadounidense quedó claro que esa cita depende de la voluntad de ellos. No entiendo entonces cual fue la victoria obtenida por la diplomacia venezolana. Yo vi otra película. No sé ustedes, queridos lectores.
El gobierno de Maduro enfrenta serias dificultades en el plano internacional. Ya no es el tiempo pasado cuando la Revolución Bolivariana estaba joven, gozaba de gran simpatía y tenía, además de apoyo político, una situación económicas envidiable: altos precios del petróleo, buen ritmo de crecimiento económico y el bolívar todavía era una moneda con la cual se podía tener acceso a bienes y divisas. Claro que había lunares en materia de abuso de poder, atropellos a factores opositores y violaciones a la Carta Magna. Pero el panorama de hoy es otra cosa muy diferente.
El gobierno actual se ha pasado de la raya en materia de violaciones de derechos humanos. las detenciones arbitrarias se cuentan por centenares y cuidado si más. No existe para la disidencia eso que se denomina debido proceso. Se impuso por la vía de truculencias judiciales la anulación de la Asamblea Nacional, y se convocó a una Asamblea Nacional Constituyente pasando por encima al espíritu y al contenido de una Carta Magna que, habiendo nacido de una iniciativa de Chávez, se le fue haciendo incómoda al propio líder “del proceso”.
Y mucho más incómoda a la administración Maduro, que de hecho la ha puesto de lado, gracias a interpretaciones absolutamente abyectas, acomodaticias y arbitrarias por parte de quienes deberían velar por su plena vigencia.
En ese marco, hemos visto actuar a cuerpos de seguridad con ningún respeto por los derechos de los detenidos por causas políticas o de otra índole, ni por las decisiones de tribunales, cuyos titulares tampoco las hacen valer por temor a sufrir el mismo trato dado a las víctimas. La inmunidad parlamentaria vale menos que un bolívar de los nuevos o de los “viejos”. Las ejecuciones extrajudiciales, o más bien extra constitucionales, están a la orden del día. Y ni una respuesta hay a las graves denuncias hechas hasta por el propio José Vicente Rangel. Hasta el Partido Comunista, que apoyó y sigue apoyando a Maduro, se queja de que militantes de su organización han sido víctimas de abuso policial y de “ollas” montadas por organismos de seguridad del Estado.
En materia laboral, se toman decisiones sin consultar al movimiento sindical. Ya hay procedimientos en la Organización Internacional del Trabajo por violaciones a convenios firmados por el país. El gobierno dice, afirma, asegura, que es víctima de una guerra, que hay una campaña contra Venezuela, que estamos en presencia de una conspiración internacional, etc. Ni hablar de las amenazas y acciones contra medios de comunicación y periodistas.
No negamos que hay una confluencia de figuras, gobiernos e instancias internacionales apretando las tuercas. Pero, presidente Maduro, póngase la mano en el corazón y pregúntese si todo esto que hemos descrito arriba, producto de una forma autoritaria y arbitraria de gobernar, no ha sido el combustible para que hoy Venezuela sea vista en el mundo como una nación en la cual no sólo no hay alimentos ni medicinas para la población, sino tampoco seguridad jurídica ni respeto por la Carta Magna y por los tratados y acuerdos internacionales firmados por el Estado venezolano.
Hay voces venezolanas y extranjeras clamando por una invasión y por acciones violentas que muchos repudiamos, además sugiriendo otras medidas que hagan más dura la misión de sobrevivir a la tragedia económica y social que padecemos. El mejor antídoto frente a ese peligro no es otra cosa sino señales claras de que el gobierno está dispuesto a producir cambios dramáticos en su manera de conducir los destinos nacionales. En lugar de estar amenazando con quemar los campos petroleros si se produce una invasión, vuelvan al redil constitucional, abran espacios a una negociación política verdadera, sin trampas ni artilugios para “ganar tiempo”.
Permitan la visita de Michelle Bachelet, Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, para que se reúna libremente con los familiares de los presos políticos y comunes, y visite, sin restricciones, los centros de reclusión.
Y como ahora muchos de los altos funcionarios del gobierno hacen gala de un espíritu cristiano que otrora ocultaban bajo un aparentemente sólido ateísmo revolucionario, pues muestren que tienen disposición a hacer acto de contrición. A arrepentirse de tantos pecados juntos que ofenden al Dios en el cual dicen creer. No les pido que lean la Biblia.
Tan solo marquen con un lápiz la cantidad de artículos que han violado de la Carta Magna y las leyes de la República. Y allí encontrarán entonces muchas de las razones por las cuales millones de nuestros compatriotas se han ido, y por las cuales la que antes fue llamada la Revolución Bonita hoy muestra el horrible rostro de la pobreza, la desilusión, la desesperanza y la injusticia. Denle reposo a la retórica y vean sus obras. Y actúen en consecuencia, si de verdad los mueve el interés de Venezuela y no el miedo a perder el poder.
Todo esto es más urgente que un café y una foto en la Casa Blanca.
Vladimir Villegas.
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