Primicias24.com- «Los Manoki nos pintamos cuando estamos felices», cuenta Aline Náci, indígena de la etnia Manoki. Para su cultura, la tintura en la piel es símbolo de identidad y de espiritualidad. A su lado está Wanessa Atsaba, de la comunidad Rikibaktsa, quien explica que, entre sus parientes, esta práctica se reserva normalmente para rituales o eventos importantes.
Los pueblos indígenas Manoki y Rikibaktsa son dos étnias del noroeste de Mato Grosso, estado situado en el centro de Brasil, limítrofe con Bolivia, y donde se sitúa el cinturón agrícola del sur de la selva amazónica, marcado por la deforestación. En esta región abundan los monocultivos de soja, maíz y algodón, entre otros, así como los extensos pastos con ganado.
Tanto la pecuaria como la agricultura intensiva han colocado a Mato Grosso en el récord de los estados más deforestados de Brasil y principales responsables por la emisión de gases de efecto invernadero. «Cuando nos queremos pintar, tenemos que desplazarnos a otras regiones a procurar jenipapo (Genipa americana, fruto amazónico del que se extrae la tinta)», relató Jucéli Manitsi, también de la etnia Manoki. El problema es que la tala ha acabado con los árboles.
Ella explica que ante la preocupación por la ausencia de este fruto clave para la cultura indígena, algunas personas de su comunidad están plantando en las aldeas esta especie —que crecía de forma salvaje—, pero el problema es que puede tardar hasta ocho años en dar fruto. Sin miedo, Jucéli trepa unos cuatro metros por el tronco de un árbol para recolectar cuatro frutos de jenipapo. Con las manos llenas, baja con la misma tranquilidad con la que sube y sus movimientos tienen el aire de gesto cotidiano. «¿Quién nunca subió en un árbol de jenipapo?», cuestionó con tono orgulloso.
Tainá Duhiakina observa a su compañera bajo la sombra dibujada por otro árbol próximo y afirma que hoy es muy difícil encontrar jenipapo. «Se ha convertido en algo preciado, antes era más común, pero el clima está mudando», añadió. Para esta indígena Rikibaktsa, la pintura corporal indígena forma parte de su vida cotidiana.
«Si no nos pintásemos, perderíamos nuestra cultura, por eso es tan importante para nosotros que no se pierda este fruto», apuntó Tainá después de enumerar los principales símbolos culturales para su pueblo: la lengua Rikibaktsa, sus cantos y la pintura de jenipapo.
Reunidas en la aldea Curva, tierra indígena Erikibaktsa, estas cuatro indígenas se sientan junto a la orilla del río Juruena para rallar el jenipapo, que después ellas mismas estrujaran para extraer un líquido que se va oscureciendo conforme es manoseado y que, tras un día de reposo, acaba dando lugar a la tinta para las pinturas.
Los dibujos que serán trazados en la piel, una vez que el jugo del jenipapo esté listo, son tan variados como sus significados. Tainá y Wanessa explicaron que entre los Rikibaktsa existen dos pinturas principales: la arara roja y la arara amarilla (arara es un tipo de guacamayo común en esta parte de la Amazonía brasileña). Una tiene el trazo más fino que la otra y cada persona se pinta conforme al clan familiar al que pertenece. Ya entre los Manoki son comunes la tintura llamada de «Xire» o la pintura del arcoíris, según detallan Aline y Jucéli.
La de «Xire» puede ser portada tanto por mujeres como por hombres de cualquier edad para los rituales sagrados o las manifestaciones. La del arcoíris representa un trazo reservado para las mujeres. «Según cuenta la leyenda, Inuly, que es nuestro Dios, pintó un ‘tapoku’ (arcoíris en lengua Manoki) para que las mujeres lo copiasen», relató Jucéli, que explica que en este caso se combina el negro del jenipapo con el rojo del urucum.
El pigmento natural rojizo de este fruto conocido en Brasil como ‘urucum’; en países de la América Tropical como ‘achiote o acotillo’; y en latín como ‘Bixa orellana’, se utiliza frecuentemente como colorante en la cosmética y la culinaria de muchos lugares, e incluso industrias.
Para los pueblos indígenas, entre ellos los Manoki y Rikibaktsa, el ‘urucum’ es un elemento sagrado que representa la sangre. El pigmento se extrae de las semillas de un fruto rojo y espinoso que crece en árboles frondosos con hasta seis metros de altitud. «Las personas ancianas cuentan que un niño le pidió a su madre que le enterrase hasta el cuello y partiese sin mirar para atrás. Se levantó un viento fuerte y los espíritus comenzaron a cantar. El niño se convirtió en huerto, de los brazos salió la mandioca, de la cabeza las calabazas, de la sangre el urucum. De cada una de las partes de su cuerpo surgieron los alimentos de nuestro pueblo», cuentó Aline.
En la antigua tradición Manoki, la primera pintura de todos los bebés es la de protección, una marca roja de urucum en la frente para alejar los malos espíritus. «Esta costumbre tristemente se está perdiendo, pero si yo tuviese hijos les pintaría la marca de protección de urucum», afirmó Aline, quien defiende que, para que no se pierda ni esta ni el resto de pinturas indígenas, es imprescindible preservar la vegetación de donde se obtienen los pigmentos.
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