Primicias24.- A pesar de haber pertenecido a la guerrilla del M-19, Gustavo Petro prefiere que lo llamen revolucionario a guerrillero, porque liderando revoluciones es como se ha sentido siempre cómodo y la de llevar a la izquierda a la Presidencia de Colombia es la que enarbola en estas elecciones.
Es la tercera vez que lo intenta y la segunda que llega al balotaje, después de conseguir la mayor votación de un candidato en primera vuelta, y este domingo puede que lo consiga, aunque la competencia con su rival, Rodolfo Hernández, se prevé ajustada.
Nacido en 1960 en Ciénaga de Oro, en el departamento caribeño de Córdoba, creció y estudió en el interior del país, en Zipaquirá, un pueblo andino cercano a Bogotá. Es el mayor de tres hermanos, de familia de clase media, con padre costeño y madre del interior.
Esa mezcla también pervive en su carácter: tímido, callado y ufano en lo personal, como se le describe, pero un gran orador y cómodo cuando sube al escenario de las repletas plazas públicas, donde encandila a sus oyentes con frases grandilocuentes y discursos cautivadores.
SUS PASOS POR LA GUERRILLA
«Una vida, muchas vidas», la autobiografía que publicó pocos meses antes de la campaña, da cuenta de que siempre se ha sentido fuera de lugar, solitario, dejado de lado, y también de cierta arrogancia con la que se ha sobrepuesto a muchas situaciones de su vida.
En el colegio La Salle de Zipaquirá, el mismo por donde pasó Gabriel García Márquez, contestaba a los curas con altanería y allá comenzó en su militancia, leyendo a intelectuales marxistas, hasta que en 1978, con 18 años, entró a la guerrilla del M-19, donde hizo sobre todo labores de enlace urbano y no tanto de lucha armada, hasta su desarme en 1990.
De esos doce años que vivió en las filas del «eme» bajo el nombre de «Aureliano», como el personaje de «Cien años de soledad», tres los pasó en la clandestinidad y otros dos en prisión. Lo capturaron en 1985 en Bolívar 83, el barrio popular de Zipaquirá que ayudó a fundar, y lo torturaron como a tantos miembros de la guerrilla en aquella época.
«Yo no sentí el dolor de la tortura hasta cuando llegué a la cárcel. Durante los oscuros días de las golpizas, jamás me sentí doblegado físicamente, aunque psicológicamente fue difícil porque sentí que, de alguna manera, mi vida había cambiado», describe en su autobiografía.
La toma del Palacio de Justicia, uno de los episodios más oscuros del M-19, le pilló a Petro en la cárcel; poco podría saber de ese intento de toma que acabó avasallado por el Ejército y casi un centenar de muertos.
CONGRESISTA BRILLANTE
Al Petro que en 2022 quiere ser «su presidente», como proclama, lejos le quedan ya esos años y seguramente le pese más su etapa de parlamentario. Nunca se sintió cómodo con las armas, pero sí con las palabras, con las que se defendía en la Cámara de Representantes y en el Senado.
Allá se volvió «uno de los congresistas más brillantes que ha tenido Colombia», como se le nombra habitualmente, y ganó popularidad a principios de los 2000 por sus denuncias de los nexos entre políticos y paramilitares, volviéndose también un dolor de cabeza para su némesis, el expresidente Álvaro Uribe, y consiguiendo el enjuiciamiento de varias personas.
La primera amenaza que recibió Petro, de las tantas que vendrían después y que lo tienen con uno de los dispositivos de seguridad más fuertes del país, fue en 1994 y le obligó a exiliarse en Bélgica.
Petro cuenta con amargura su paso por Bruselas, alejado de todos, y con episodios depresivos de los que se sobrepuso estudiando una especialización en Medioambiente en la Universidad de Lovaina, que sumó al grado en Economía en la Universidad Externado de Colombia, cuando militaba en el M-19.
VAIVENES EN LA ALCALDÍA
En 2011 fue elegido alcalde de Bogotá por la formación Progresistas. «Soy el candidato del progresismo», repite a menudo, para salirse de la casilla de «izquierdas».
Quienes trabajaron con él en la Alcaldía dicen que no es fácil de tratar, que no es muy dado a trabajar en equipo y que toma las decisiones solo. Eso provocó numerosas renuncias y el cambio de más de medio centenar de altos directivos en sus cuatro años de gestión.
Su carácter de no tener miedo al enfrentamiento también le valió una destitución por parte de la Procuraduría, que por sus decisiones en la gestión de la recolección de basuras de la ciudad quiso su aniquilación política y que la Corte Interamericana de Derechos Humanos revocó.
Petro, casado y padre de seis hijos con diferentes mujeres, llega a su tercer intento por la Presidencia alejado de varios de sus grandes compañeros de viaje, y sin muchas de sus ideas «revolucionarias».
Lo hace ahora junto a unos compañeros de campaña más pragmáticos y polémicos y menos idealistas, como los senadores Roy Barreras y Armando Benedetti, que han pasado por distintos partidos.
Para rescatar a los simpatizantes hastiados del personalismo de Petro, concurre junto a la abogada y activista afroamericana Francia Márquez, una mujer que ha recogido el descontento de las calles y que atrae a mujeres, jóvenes y muchos votantes del Pacífico, de donde procede.
En 2010, en su primer intento con el Polo Democrático, Petro sacó 1,3 millones de votos y en 2018 se quedó, con más de ocho millones, a un paso de llegar a la Casa Nariño. Ahora, tras dejar atrás algunas de las ideas de izquierda más radicales y con fuerzas más tradicionales -las que siempre ha criticado por su corrupción y clientelismo- espera que a la tercera sea la vencida. EFE