Primicias24.- Un día como hoy pero de 1953 murió Iósef Dzhughashvili, conocido en todo el mundo como Stalin.
Había nacido en Georgia y muy joven se adscribió a las filas de los revolucionarios que luchaban para derrocar la monarquía zarista.
No jugó un papel relevante en la toma del poder por los bolcheviques en 1917, pero fue escalando puestos en el Partido Comunista y, tras la muerte de Lenin en 1924, usó su cargo de Secretario General para desbancar a sus rivales.
A finales de los veinte lanzó los programas de colectivización agraria e industrialización y durante la década siguiente desarrolló campañas sistemáticas de purga y represión política.
Organizó la defensa frente a la campaña de invasión que lanzó Hitler y jugó un papel determinante en la derrota del Tercer Reich.
En la inmediata posguerra llevó a la URSS a la cima de su poder mundial.
A los 70 años de edad, su memoria comenzó a fallar, se agotaba fácilmente y su estado físico empezó a decaer. Vladímir Vinográdov, su médico personal, le diagnosticó una hipertensión aguda e inició un tratamiento a base de pastillas e inyecciones. A su vez, recomendó al dirigente comunista que redujese sus funciones en el gobierno. Por supuesto, Stalin apreció una conspiración en el consejo médico y no solo se negó a tomar medicinas, sino que despidió a Vinográdov.
Sus problemas de salud coincidieron con uno de los pocos reveses políticos que sufrió durante su rígida dirección del Partido Comunista. Pocos meses antes de su muerte, en octubre de 1952, se celebró el XIX Congreso del PCUS, donde Stalin dejó entrever sus deseos de no intervenir militarmente fuera de sus fronteras.
Frente a esta opinión, Gueorgui Malenkov –colaborador íntimo del dictador y Presidente del Consejo de Ministros de la URSS a su muerte– hizo un discurso en el cual reafirmó que para la URSS era vital estar presente en todos los conflictos internacionales apoyando las revoluciones socialistas, lo que después sería una constante de la Guerra Fria . Como un hecho inédito tras décadas de un férreo marcaje, el Congreso apoyó las intenciones de Malenkov y no las de Stalin.
Fue entonces cuando Stalin reanudó sus purgas, si es que alguna vez habían parado. Lo hizo motivado por el pequeño tropiezo político y alertado por una carta de la doctora Lidia Timashuk, una especialista del Policlínico del Kremlin, que acusaba a su antiguo médico, Vinográdov, y a otros ocho galenos de origen judío de estar recetando tratamientos inadecuados a altos mandos del Partido y del Ejército.
Sin esperar a recibir ninguna otra prueba, Stalin ordenó el arresto de los nueve médicos y aprobó que fuesen torturados en lo que fue bautizado como « el complot de los médicos». La persecución afectó en total a 37 doctores de todo el país, 17 de ellos judíos, mientras que la paranoia anti-semita se trasladó también al pueblo. A finales de enero de 1953 su secretario privado desapareció sin dejar rastro. El 15 de febrero, el jefe de sus guardaespaldas fue ejecutado bajo extrañas circunstancias.
Conocedores del régimen de extremo terror impuesto por Stalin en el pasado, entre los miembros más veteranos del Politburó (el máximo órgano ejecutivo) corrió el miedo a que una purga masiva estuviera en ciernes. Solo la muerte de Stalin en marzo pudo frenar la escalada de muertes que había empezado tras el congreso de octubre. Precisamente por este clima de desconfianza, aunque la causa oficial de la muerte fue un ataque cerebrovascular, la sospecha del asesinato ha perseguido el suceso hasta la actualidad.