Primicias24.com (Opinión) – No sabemos si llegarán por alguna ensenada calurosa o surcarán los cielos espléndidos de nubes, con una fanfarria trepidante y dispuestos a emendar las perturbaciones.
Su arribo podría estar trazado. La intervención militar internacional es clamada por tantos desde adentro y afuera, que ya parece un vaticinio más allá de un deseo, ante tantos fracasos. Pero resulta una aventura apostar por un presagio tan rebuscado, vacilante y complejo. No los imagino bajar tumultuosos de aeronaves ultramodernas, con blindajes impecables, anteojos para el sol resplandecientes y una determinación irrevocable, cuya meta implicaría más de riesgo en las apariencias que en la mera concreción de la acción.
Una invasión norteamericana. Así la califican temerosos los del Gobierno. Tal vez incrédulos y con alegatos de gran impertinencia, pues no creen a EE. UU. capaz de semejante arremetida.
Han pasado 18 años espléndidos para sus beneficios de poder y tesoros excesivos, con insultos van e insultos vienen, en tribunas distinguidas y trincheras detestables. Hasta de diablo con olor a azufre llegó el arrebato de aquel ya fenecido presidente venezolano, al descalificar a su homólogo norteamericano en una sesión de la ONU y no importarle un pepino de la poca elegancia de su intervención, sólo por llamar la atención.
Hoy Venezuela está inmersa en el insólito mundillo de lo posible. Al percatarse que ni el más bobalicón del planeta le cree algo a este régimen desventurado, se han efectuado las elecciones que les pegan en gana, ha viciado cualquier institución y se ha inventado todo tipo de componenda, sin que suceda nada o la oposición tome verdaderas cartas en el asunto.
Ante tanto escenario escamoteado, vuelve a resonar la posibilidad de la comitiva intervencionista para enmendar este disparate de sistema. Hasta saltó a la palestra una serie de críticas, porque una reconocida actriz venezolana, se atrevió a desear en plenas redes, su anhelo irremediable porque lleguen estos apertrechados militares gringos a sacar a los malhechores del poder.
Algo es cierto, si se efectúa una encuesta fugaz para conocer el parecer del ciudadano de a pie, sobre la posibilidad de esta intervención yanqui, el resultado sería asombroso. “Peor no se podría estar”, dirían algunos. Más de uno fundamentaría que “igual, la invasión se concreto hace mucho, con 40 mil efectivos cubanos, otro contingente de iraníes, bolivianos y nicaragüenses defendiendo esta locura dentro de nuestro territorio”.
Una puesta en orden con elecciones es una tarea imposible. La Fuerza Armada está embarrada en la misma inmundicia que los facinerosos de Miraflores, así que no puede esperarse un golpe corajudo para detener el hambre, la desesperación y la muerte vivida por el país más noble del mundo.
Ese hálito exasperado se respira en las conversaciones agónicas de la sociedad venezolana. Cómo salir de esta decadencia. Cuándo culmina la maldad desbocada por estos seres sin conciencia ni escrúpulos. Y todas estas pláticas terminan con una misma conclusión: “vengan a ayudarnos ya”.
No es casual que ya Trump haya provocado un acercamiento con el recién electo presidente de Chile, Sebastián Piñera, y saliese Venezuela como tema de discusión. Tampoco que Ricardo Hausmann, director del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, en un escrito impecable estime, como una solución impostergable, que la AN destituya a Maduro y al vicepresidente, nombre a través de la constitución a un nuevo gobierno y a la vez solicite el apoyo militar de la coalición internacional.
No sé si los marines lleguen bailando ricachá en vez de chachachá, o se atavíen con el traje de superhéroe para recomponer en 72 horas, el holocausto de desafueros, arbitrariedades y sinrazones vividas en esta nación en desgracia. Pero sí estoy convencido que la mayoría del gobierno y sus partidarios le seguirían el ritmo al “baile de los que sobran” de Los Prisioneros o la “tierra tiembla” de Desorden Público. El reloj sigue su marcha y todo es creíble.
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