Primicias24.com- Si algo nos ha enseñado el estudio científico de la historia post emancipadora es que la Constitución de la República en el siglo XIX, no representó el acceso expedito al poder de una nueva clase dirigente o actores como lo eran para entonces: los caudillos victoriosos y ansiosos de la reciente guerra. Éstos querían “el pedazo de su torta”, luego del desmembramiento del proyecto gran colombino bolivariano. No es desestimable tampoco apuntar que no se materializó la destrucción de los cimientos del antiguo orden colonial, como ocurrió, en general, en los procesos revolucionarios en Europa.
Es por ello que la dirección y conducción en los países americanos recién emancipados pasó a manos de las élites monárquicas que, durante el período de la colonización ibérica, es decir, tanto el español en los territorios hoy hispanoamericanos, como el lusitano, en el caso del Brasil, habían vivido con molestia de las restricciones de su participación en las estructuras de poder dominantes, económicas y políticas, bajo el poder imperial. Por eso es que las luchas de emancipación de las provincias americanas en contra de la monarquía española, en lugar de significar el quiebre de las estructuras sociales, económicas y políticas vigentes, las ratificó y consolidó bajo otra forma, bajo una modalidad diferente a la dominante durante la época colonial.
Por cuanto se trataba ahora de instaurar un orden nuevo pero sin nuevos actores. De modo que, los criollos pertenecientes a la élite dominante local, subordinados a los funcionarios coloniales provenientes de la metrópoli, habían puesto en tela de juicio la legitimidad de dicha dirección.
En reclamo de una mayor autonomía, sin cuestionar, ni menos todavía, transformar las estructuras vigentes de poder político y económico configuradas durante el sistema colonial, ni las tradicionales estructuras sociales predominantes, sino dispuestos a ampliar su posibilidad de participación, se lanzaron abiertamente a la lucha por el poder.
Las transformaciones en el orden institucional y en el plano gubernamental, iniciada con la constitución de la República de 1830, buscaban ampliar, por parte de las élites: el usufructo en sus cuotas de participación o parcelas de poder, económicas y políticas. Ya que tampoco se trataba, con el nuevo orden republicano, de convertir genuinamente las viejas en estructuras modernas, es decir, con plenitud capitalista, tampoco variar las prácticas económicas tradicionales, ni de transformar en liberales las prácticas políticas excluyentes, así como de sustentar prácticas democráticas de integración y participación social.
La conformación, por parte de las élites criollas, de Estados Nacionales Liberales para implantar, frente al viejo orden tradicional colonial, democracias liberales y representativas, era una aspiración o anhelo sólo en la estricta medida en que ello permitiera afianzar el papel de las élites como sector dominante en los planos social, económico y político internos. Es durante este período cuando se alternan en el poder político los representantes de las oligarquías conservadoras y liberales.
Estas élites según Ramón Grosfoguel “representan un nuevo colonialismo, ya que se mantiene las cualidades y características del sujeto dominante (blanco, rico, cristiano, hombre, militar en muchos casos y macho). De modo que el proceso de emancipación tanto en Venezuela como en los otros países de Hispanoamérica no significó una ruptura de las estructuras provenientes del orden colonial; no se produjo un proceso de cambio social efectivo, entendido (valores, costumbres, instituciones y pautas de acción y comportamiento), como un cambio cultural.
Es cierto que el cambio social puede ser explicado casi en su totalidad por los cambios en la cultura: los principales factores son innovación, acumulación, difusión y ajuste según los antropólogos. El cambio no se produce –como lo entiende la explicación Marxista del cambio–, sólo como resultado de contradicciones internas. Pues se admite una perspectiva externa, según explicará Juan Marsal: “las condiciones de invariabilidad de una estructura encuentran su límite cuando su compatibilidad con otras estructuras interdependientes de un mismo sistema global, resulta insuficiente”. Así como también deben tenerse en cuenta otros autores.
La modernización republicana en los Estados Nacionales Liberales de América Latina, en las Capitanías y las Provincias americanas, que formaban parte integral del Imperio español y dependían de éste, el catalizador externo que habría propiciado el movimiento emancipatorio no fue la búsqueda de la ruptura con el sistema colonial impuesto desde la metrópolis.
Ya que se trató inicialmente de una tentativa de recuperar el orden hispánico vigente y de fortalecer los lazos de lealtad hacia la autoridad real española, que habían sido rotos por la abrupta usurpación del poder, con la invasión por parte de Napoleón Bonaparte, su coronación y la salida del trono del Rey de España, Fernando VII. (Episodio conocido como el movimiento del 19 de abril de 1810).
En este sentido, la independencia no significó, con toda su carga trágica de pérdidas inmensas en vidas humanas, en recursos, en bienes y en dinero, una transformación en la composición de las élites, ni una sustitución por nuevas élites, sino un mero desplazamiento de las figuras ya existentes en el escenario político enmarcado dentro de viejas reglas de juego colonialistas.
Vale apuntar casos puntuales como el señalado por Mariátegui al referirse a este proceso histórico en el Perú citó: “La aristocracia colonial y monárquica se metamorfoseó, formalmente, en burguesía republicana. El régimen económico-social de la colonia se adaptó externamente a las instituciones creadas por la revolución. Pero la saturó de su espíritu colonial”.
Esta idea o premisa es ajustable a Venezuela como república naciente para comprenderla a cabalidad. Puesto que a partir de nuestro análisis: El paso a la república no fue realizado por nuevos sectores emergentes. Esto habría dado lugar a una nueva realidad en la producción cultural y en la organización social, que, al contrario, mantuvo el mismo viejo espíritu del orden colonial.
Y por otro lado, sin una real transformación de la economía nacional en formación, no fue posible la estructuración de un orden productivo interno, que favoreciera el desarrollo endógeno mediante la integración y diversificación vertical de las distintas ramas de la economía. Las repúblicas recién emancipada, estimulada por la demanda externa, continuo, sin caminos distintos a los ya recorridos: ambas ideas premisas se aplican a las dos realidades, las cuales tuvieron en si: un desarrollo económico exógeno; como polos subordinados y periféricos con respecto al centro del sistema capitalista, cuya expansión mundial había comenzado históricamente con la estructuración de los grandes imperios coloniales, las exploraciones geográficas y la inserción, desde esta época, de los territorios americanos recién descubiertos y conquistados.
Según Dussel: hubo un cambio en la fachada del proceso económico y en la conformación institucional, pero no hubo ningún cambio internamente significativo, a no ser que favoreciera, mediante reformas administrativas y legales promulgadas por los distintos gobiernos, las vinculaciones externas mediante las cuales se inició el proceso de expansión de los nuevos Estados nacionales. Es por eso que los Estados nacionales como procesos fueron inusuales en América Latina.
Pues si bien se logró ampliar, para la élite criolla, su participación en las estructuras de poder, hasta entonces restringida a causa del mercantilismo monopolista y del centralismo monárquico de la península, no cambiaron ni el sentido de los asuntos de administración y de decisión política, ni la dirección de los beneficios económicos derivados del sistema de producción como se sabe.
En Europa Occidental, por ejemplo, en Francia, los primeros signos que anuncian la sociedad moderna ocurren en el siglo XVII: el Estado-Nación, la ciencia y una cultura desacralizada. En América Latina, dicho proceso de ingreso a la modernidad se inicia, copiando este modelo, sólo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, por evidentes razones históricas vinculadas al pasado colonial.
Lo que nos lleva a la primera fase postindependentista había constituido un intento, frustrado y con frecuencia trágico, de formación de una nacionalidad de dimensión continental, bajo la principal inspiración de la llamada generación de los Libertadores.
Después de la muerte de Bolívar, en 1830, la desarticulación de la Gran Colombia en nacionalidades fragmentadas marcó el inicio del proceso de desintegración bajo el influjo económico dominante de los británicos, principales prestamistas, a intereses usureros, de la mayor parte de los dineros que fueron requeridos para financiar las guerras de emancipación contra España.
Este proceso histórico no fue fácil. Se caracterizó por constantes luchas internas entre los diversos grupos regionales o los caudillos locales, con gobiernos oligárquicos, conservadores o liberales, enfrentados en una lucha por el poder. Es decir, la confrontación política a menudo tomó incluso la forma de un conflicto armado. Donde la Metrópoli Española, en el periodo fundacional y colonial, supo mantener dividido los territorios no dejándolos articular entre ellos y dándole cierta autonomía (Regiones Históricas) como las denomina Cardozo Galue.
Las transformaciones en la economía mundial después de 1860 tuvieron un efecto meramente favorable sobre la economía de la República de Venezuela. Provocaron su gradual incorporación al sistema y la necesidad de un orden político estable. La posibilidad de consolidar el poder de las élites modernizantes, en el marco internacional del capitalismo liberal en su fase monopólica, exigía cohesión entre los distintos grupos que conformaban el sector social dominante.
Los presidentes Julián Castro, Pedro Gual y Juan Crisóstomo Falcón en su condición de liberales Federales son muestra de ello.
El incremento de la expansión económica, la asimilación creciente de las economías de las nuevas repúblicas americanas al mercado mundial y el triunfo de los sectores liberales de la oligarquía facilitaron la vinculación creciente con los polos dominantes del capitalismo europeo y con los Estados Unidos.
Es por ello que el modelo primario exportador e importador de bienes manufacturados que impulsó la modernización en los países latinoamericanos en su fase de consolidación como Estados Nacionales Liberales ha sido denominado también proyecto liberal-oligárquico. Y la forma liberal oligárquica de los Estados nacionales se expresó, bajo un régimen republicano materializado a partir de 1870 por el periodo denominado el Guzmancismo donde los presidentes Antonio Guzmán Blanco, Francisco Linares Alcántara y Joaquín Crespo fueron sus protagonistas principales.
A nuestro criterio de análisis, la existencia simultánea de instituciones jurídico-políticas calcadas de las modernas democracias liberales europeas y una realidad social que contradecía, en la práctica, tanto la aplicación efectiva de la legalidad liberal como el alcance social de los principios de igualdad, libertad y universalidad formalmente proclamados por la teoría democrática.
Cabe destacar que estos principios beneficiaron y se aplicaron restringidamente sólo a los grupos sociales minoritarios vinculados al sector primario-exportador y a la incipiente burguesía compradora, burguesía comercial importadora que surgió entremezclada y confundida con la aristocracia terrateniente tanto en Venezuela y otros países.
Igualmente, la heterogeneidad presente en estas élites explicará, entre otros factores, que los movimientos de modernización hayan sido, en virtud de las fuerzas internas en juego, por un lado progresistas y por otro, de tendencia conservadora. Teniendo en cuenta esto, se podrá también precisar el sentido que tuvieron los movimientos llamados de regeneración nacional en los nacientes y no maduros Estados latinoamericanos.
En este contexto, el positivismo era la doctrina que sin mayores riesgos para garantizar el mantenimiento del status quo, permitía introducir, en forma sistemática, una serie de reformas que, en diversos planos, asegurarían la emancipación mental, es decir, la evolución de la inteligencia hacia una actitud moderna, la cual sentaría las bases para una organización industrial de la sociedad, a la vez que conservaba inmutables las estructuras de poder tradicionales.
Ambigüedades como las anteriores del proyecto nacional en estos países se nutrió de la ambigüedad característica de la filosofía positivista como instrumento de cambio social y de su confusión funcional con el evolucionismo.
Es esta época lo que se evidencia la presencia inobjetable de la Ejecución y aplicación del Positivismo en Venezuela.
De acuerdo con el sistema propuesto por A. Comte, sobre la base de una aproximación científica a la realidad, de la separación de la Iglesia y del Estado y de una unidad social, se trataba de sustituir el antiguo orden teológico tradicional y anárquico, según su teoría de los tres estadios, por un orden moderno y cosmopolita, de una sociedad regenerada, positiva e industrial tal cual el Ilustre Americano Antonio Guzmán Blanco y los presidentes impuestos por el Alcántara y Crespo lo ejecutaron.
Es el caso insistir que durante el periodo Guzmancista positivista en la república de Venezuela no fue democracia, sino una sociocracia, es decir, gobierno de una élite de sabios o sacerdotes de la Humanidad y de los patricios, bajo una misma unidad de pensamiento: un pensamiento único positivista. De allí se derivaría el consenso social, es decir, según el entender de las élites venezolanas, el fin del caudillismo, y por consiguiente, la centralización política y un proceso de integración nacional. (Que seria lo ideal a alcanzar).
De este modo, la filosofía positivista fue propuesta como instrumento de ruptura con respecto al viejo orden colonial, escolástico y metafísico que había marcado la primera fase de la historia republicana de las nuevas naciones y, en época anterior, el período de la dominación imperial por parte de España y Portugal. Esta venia a trastocar, en definitiva, las bases del antiguo régimen-.
El positivismo, que es una ideología conciliatoria y no de conflicto, se convirtió así en una valiosa herramienta para lograr la alianza necesaria entre este grupo heterogéneo de las élites, en la búsqueda de sus comunes objetivos de crecimiento económico, paz doméstica y prosperidad nacional. Lo que a la postre se traduciría en estabilidad política-social-.
Como resultado de años, la estabilidad política permitiría un clima favorable para alcanzar los efectos de influencia europea y civilizatorios a los que aspiraban las élites, al consolidarse los nuevos Estados nacionales. La realización de estos propósitos se haría mediante las inversiones de capital extranjero, la inmigración europea y la separación entre la Iglesia y el Estado.
Estos principios, anteriores incluso al positivismo, pero identificados con éste, se volvieron la consigna de las élites, en función de la causa nacional. Esto se plasma en actores como, “Rafael Villavicencio o José Gil Fortoul, al mostrar cómo el positivismo se hizo fuerte en cuanto expresión de una alianza nacional entre las principales facciones de las élites: liberales y conservadores”.
Es así como a la emancipación política había también que añadir la emancipación mental, al orden teológico se opondría el orden positivo como se plantea; a la monarquía, la república; a la anarquía, el orden; a los retrógrados, que quieren el orden sin consolidar el progreso, y a los revolucionarios, que buscan el progreso sin respetar el orden, se opondrá la alianza entre retrógrados y revolucionarios, que significa, como apuntó Villavicencio, “progreso dentro del orden”.
De este modo, la cohesión nacional mediante el orden y la integración cultural mediante una doctrina unitaria, conducirían a la realización de las metas materiales, es decir, al progreso. Con frecuencia, la aplicación del positivismo adquirió la figura de una reforma educativa. En efecto, de acuerdo con la consigna de A. Comte”. Amor como base, orden como medio y progreso como fin”, lo primero era la transformación moral e intelectual, sin lo cual todo cambio material sería estéril.
Es indudable que la significación política de esta doctrina filosófica para las élites nacionales radicaba en que el progreso, y por ser eminentemente de orden mental, no implicaba forzosamente una transformación de las estructuras económicas y sociales establecidas. En consecuencia, el positivismo se convirtió en un medio de legitimación teórica del papel y objetivo de minorías privilegiadas y de justificación práctica de dictaduras personalistas, incluso tras la fachada civil de gobiernos liberales y representativos que repetían la sucesiones amparadas y protegidas por el caudillo líder que imponía al y a los Presidentes: es fundamental entender que esto afectaba la concepción de ciudadano-elite que se venia gestando con primordial papel histórico durante los periodos históricos acusados.
Sin embargo, en el contexto latinoamericano, de acuerdo con la nueva coyuntura internacional, el proyecto Comteano, basado en la necesidad del orden para superar la anarquía, para pasar de un estado negativo y disolvente a uno constructor y positivo y lograr la regeneración social por la emancipación mental que sólo una reforma en la educación y en la conciencia colectiva, mediante la actividad científica y el dogma unitario que conduciría al progreso podían lograr, ya no resultaba suficiente.
Cabe destacar que al orden y el progreso: tesis del Positivismo, era preciso agregar ahora la libertad. “Los fusionados libertad y orden”, “liberales y conservadores”, el nuevo orden va a ser uno de progreso económico en el marco de un liberalismo dependiente en el plano externo que no debe olvidarse, aunque internamente basado en una estructura dual, distorsionada, vulnerable e inestable. Así, condicionada por la fragmentación interna de las élites, se instauró una modernización sobre bases frágiles quiero enfatizar. Además, como respuesta a su heterogénea composición, se produjo la final asimilación de filosofías antagónicas, en una única mezcla híbrida que en la práctica se reveló a la vez reformista y reaccionaria planteamiento liderado por el Caudillo Andino Cipriano Castro al final siglo XIX. Si se desea considerar lo ciudadano como cultura material e inmaterial de análisis histórico-.
Es así como la consolidación delEstado moderno Venezolano se hizo, dentro de un marco político oligárquico, esto es, hacia fuera, cosmopolita y europeizado y, hacia adentro, basado en relaciones tradicionales de poder: el caudillo. Es valido apuntar esto cuando se trata de abordar la ciudadanía en Venezuela. Y aunado a ello, entonces; el punto de partida para explicar la penetración del positivismo está en el proceso de formación del Estado y de la Nación en la República Venezolana y no tanto en la eficacia de la ideología, o decir los matices ideológicos que hubo paras el siglo XIX si se quiere.
Lo cierto es que el sector intelectualmente activo de las élites nacionales incorporó el positivismo a sus respectivos proyectos en la república reciente, injertándolo con corrientes innovadoras más recientes y distintas al positivismo original, estos sistemas ideológicos y filosóficos híbridos o mixtos son los que orientarán el proceso de transformación posteriormente para que sus habitantes pobladores lograsen su identidad nacional fundada en identidades regionales y locales deduzco.
Es importante considerar que la filosofía positivista y la evolucionista, sin embargo, se compenetraron y formaron una simbiosis funcional que, mediante su estructura dual, respondían de un modo articulado a los intereses particulares de las diversas fracciones coaligadas en el interior de las élites. De este modo, no sólo se logró una alianza liberal-conservadora para conseguir la estabilidad política y la paz necesaria para el crecimiento económico, sino que, al orden y al progreso se añadió la libertad como fundamento de la estrategia de expansión económica y como condición de un proceso civilizatorio y cosmopolita en función de una ciudadanía en plena construcción y cambiante desde sus inicios.
Por último, la eficacia institucional para promover estos sistemas de ideas fue casi nula o tangencial. Más bien, como en el caso de Venezuela, entremezclados positivismo y evolucionismo, con otras vertientes ideológicas eclécticamente incorporadas al ideario nacional en el marco de regímenes liberal-oligárquicos de muy restringida participación, o francamente dictatoriales, fueron utilizados políticamente como instrumento de justificación de las bondades del sistema imperante.
Pero no lograron aglutinar a los distintos sectores en torno a ideales comunes ni interpretar las aspiraciones nacionales mayoritarias. A pesar de ello, estas corrientes de ideas contribuyeron a delinear los procesos de modernización económica, de modernización académica y de renovación intelectual que, sin duda, constituyen marcos de referencia para interpretar y enrumbar la realidad actual de la repúblicaen virtud de una real modernización de una ciudadanía verdadera comprendiendo sus orígenes históricos-sociológicos.
La formación de la Ciudadanía Venezolana fue de la mano con la construcción de la Nación, la idea de la nación fue idealizada a partir de una connotación cívica heroica en correspondencia,reconocimiento y en agradecimiento a los padres de la patria y salvadores de la República. El orden social y político se estructuro modelando el sistema jurídico constitucional a la dinámica e intereses entre el centro de poder” Caracas “y las regiones y sub regiones del país.
Al finalizar la guerra de Independencia, se dieron consecutivos enfrentamientos armados para dirimir las disputas por el control del poder. Una sucesión de guerras civiles entre venezolanos, capitaneados por caudillos nacionales o locales, se llevaron a cabo en distintas partes del territorio. Los hombres de armas ocuparon de manera preferente la conducción del proceso, ejercieron el poder de manera autoritaria, irrespetaron el estado de derecho, violentaron la división de los poderes públicos, e impusieron sus designios personalistas sobre los fundamentos republicanos establecidos en las constituciones.
En el siglo XX ya no hay guerras civiles, pero continúan los abusos y autoritarismo desde el poder. La dictadura de J V Gómez de 27 años, y una década de Gobierno militar, surgido de un golpe de Estado contra el primer presidente elegido por votación universal directa y secreta, se suman a la larga y compleja tensión entre los principios republicanos y la tendencia personalista y autoritaria de aquellos gobernantes que han violentado la voluntad de los venezolanos por consolidar los usos republicanos y hacer efectivas las prácticas ciudadanas y consolidar el ejercicio pleno de la democracia. Sin embargo, durante estos dos siglos, también pueden advertirse la enorme resistencia y los inmensos esfuerzos que hicieron numerosos y comprometidos venezolanos, quienes, conscientes de su condición de ciudadanos, estuvieron dispuestos, de manera individual y colectiva, a defender y a hacer valer las prácticas republicanas, contribuyendo de manera decisiva en la construcción de la vida ciudadana. Numerosas experiencias dan cuenta de ello (José María Vargas, Fermín Toro, Medina Angarita y otros).
Todos estos momentos de nuestra historia; cada iniciativa por pequeña que parezca, forman parte de un mismo esfuerzo y de una misma vocación, cuyo punto de encuentro es la condena a los abusos que se cometen desde el poder, constituyen igualmente expresión constante de una cultura política, de un ADN propio de los venezolanos que se ha ido construyendo a los largo de dos siglos, y cuyas características o rasgos más resaltantes son el rechazo al autoritarismo, al personalismo y a la arbitrariedad de los gobernantes.
El tránsito de Venezuela como País y Republica y la consecución del estructurarnos y sentirnos Ciudadanos Venezolanos paso por tres categorías socio históricas o tipos de nación: La Nación Cívica Heroica, La Nación Civilizada Progresista y la Nación Democrática Petrolera y concluyo citando el trabajo de la Dra Dilian Ferrer en LUZ del año 2011 : Ciudadanía y construcción de la Nación a inicios de la Venezuela petrolera. “El proceso de construcción de la ciudadanía y la Nación se ejecutó de acuerdo a diferentes propuestas. Estas se conformaron como resultado de los esfuerzos realizados para la construcción de las nuevas expresiones de representación social y la edificación de propuestas para las sociabilidades requeridas en nuevo orden republicano. Según el momento histórico, el ciudadano se definió permanentemente para responder en los momentos iniciales de configuración de un Estado republicano a la constitución de una nación cívica heroica. En el proceso de concretar una modernidad urbana conforme a los cambios liberales y capitalista, se proyectó ampliar la propuesta a una nación civilizada progresista. Finalmente, la incorporación de la actividad petrolera y la independencia fiscal que ésta propició, fortaleció el estado centralizado y permitió la consolidación final de la nación democrática petrolera. Esta realidad pudo concretarse mediante la integración territorial, la gobernabilidad y un mercado interno orientado a responder a la realidad histórica que emergió por la productividad de hidrocarburos. Se delectó la existencia de una falla de sincronía entre los criterios teóricos de la ciudadanía y su ejercicio dentro del el proceso venezolano, situación que se presentó de forma semejante en Latinoamérica. En consecuencia, se aprecia que 271 la ciudadanía fue constituida como una construcción sociocultural que expresó exclusiones, privilegios y desencantos en la larga jornada de su conformación para lograr beneficios dentro de la trilogía clásica de derechos civiles, políticos y sociales. En Latinoamérica y en Venezuela el Estado propició la formación del ciudadano pero expresando que la igualdad no tenía validez en la práctica”.
Síguenos en Twitter como @primicias24