Primicias24.com- José Laurencio Silva, dejó el mando de las tropas conservadoras cansado de las contradicciones del gobierno central. Las tropas federales fortificadas en San Lorenzo eran invencibles, era suicida atacar, prefirió pactar con su conciencia y en secreto con su antiguo subalterno y alumno. Zamora al verlo imponente, majestuoso y anciano en uniforme completo, en esa sabana barinesa ordenó a sus tropas que vitorearan al lancero invicto: ¡Viva el General Silva!” grito la tropa federal. Fue héroe en Taguanes, Apure, Calabozo, Carabobo, Bombona, Junín y Ayacucho.
Antes de 1.830 Simón Bolívar había confiscado los bienes y capitales de los realistas y los repartió entre los soldados del ejército Libertador. Posterior a su muerte la Ley de Libertad de Contratos del 10 de abril de 1934, y la Ley de Quita y Espera de 1841, fueron las armas revanchista de los realistas derrotados para recuperar sus posesiones y también de los seguidores de Páez para usufructuar el régimen agrario latifundista, sometiendo a la quiebra al campesinado con deudas impagables Fue entonces cuando el ya viejo General Silva, que acompaño a Bolívar hasta la muerte, conoció los vejámenes de los generales oligarcas. Por abandonar el mando lo recluyeron en el islote “Bajo Seco”, azotado por un sol sin sombra, en mitad del Lago de Maracaibo.
Así los godos centralistas degradaron a Silva quien siempre tuvo fama de revolucionario liberal, dando el mando a Pedro Ramos jefe de los ejércitos occidentales, este se vino por la vía de Quibor y Guanare siguiendo el rastro de Zamora hasta Barinas. Según los memorialistas de esos lares fue el ciego Ño Valdallo, quien para entramparlos dio los datos y ubicación del ejército zamorano en Santa Inés.
El General del Pueblo Soberano tenía meses estudiando el terreno, paso a paso, palmo a palmo, detalle a detalle, preparando el escenario para la derrota a la godarria antibolivarina. En los bosques circundantes a orillas del Río Santo Domingo, trazó una de las estrategias más brillantes de la historia militar. Desarrolló un concepto político de guerra sorpresiva, con despliegue y repliegue continuo de fuerzas en combate para atraer al enemigo hacia un laberinto de trincheras donde esperaban, mimetizados con el entorno, los soldados revolucionarios federalistas bajo el mando de su indómito líder.
Se dividió la entrada al pueblo en varias zonas de trincheras, la orden era resistir, causar el mayor daño posible para luego retirarse simulando una derrota. La ilusoria emoción del triunfo llevó a los oligarcas más y más adentro del callejón mortal. Los federales retrocedían y los conservadores avanzaban.
En el amanecer del 09 de diciembre de 1859 Zamora se paseó con Guzmán Blanco y Level de Goda instruyendo a todos sobre la estrategia y ordenó al capitán Ramón Rivas que hiciera la primera provocación en el sitio de La Palma.
A las 10:00 am la caballería oligarca de León Colina los avistó y abrió fuegos contra las tropas liberales desplegadas. Hicieron poca resistencia para replegarse al pasitrote como se lo había ordenado Zamora. Los centralistas mordieron el peine y fueron detrás de ellos.
La primera trinchera estaba defendida por Rafael Petit con 200 federales. Más atrás el ingeniero Charquet defendía otra y así más carnadas de engaño sobre el terraplén que conducía al pueblo. Todas las excavaciones eran profundas en forma de trapecio y se comunicaban entre si impidiendo que se viera el ir y venir de los revolucionarios federalistas. En la espesura de los bejucales y de la caña amarga tronaban los disparos causando cientos de bajas a los soldaditos gubernamentales. Eran 2000 federales esperando a los 3000 oligarcas con sus flamantes generales.
Los del gobierno tenían además la orden de “batirlos donde los encontraran y no regresar como Silva”, creían que los federales iban huyendo y por eso iban veloces y se clavaron de cabeza donde los estaban esperando. Zamora entró en acción a las cuatro de la tarde y de no ser por la llegada de la noche hubiera arrasado con todo el ejército conservador que ya acusaba más de mil bajas, Caían los oficiales y caían por centenares los soldaditos de Caracas.
La persecución duro tres semanas, los godos tomaron rumbo a Mérida. El día 05 de enero el derrotado jefe Pedro Ramos informaba al gobierno nacional que había llegado a esa ciudad con 287 soldados, 5 comandantes y 47 oficiales subalternos que se salvaron de los que junto con el fueron más de 3000.
Justo un mes después de Santa Inés, el 10 de enero de 1860, una bala cuyo origen y bando aún no se ha podido descifrar, que se sabe por su trayectoria balísticas que fue disparada desde el campanario de la Iglesia de San Juan Bautista de la ciudad de San Carlos de Austria, acabó con la vida de Ezequiel Zamora. Murió en los brazos de su asistente Antonio Guzmán Blanco, cuyo padre redactó y propulsó el ideario revolucionario liberal amarillo que inspiró las acciones del líder abatido.
El ejército de los federales quedó en manos de un incapaz, claudicante, bonachón y moderado que fue Juan Crisóstomo Falcón cuñado del valiente asesinado.
En sus once meses de actuación al mando de las tropas revolucionarias Zamora dejó un legado cuyo efecto nivelador fue el de reivindicar a sus legionarios campesinos, indios, negros, pardos y blancos de orilla en los derechos por los cuales también murió Simón Bolívar.
Zamora al igual que Bolívar y Chávez, niveló el espectro social venezolano y a ellos debemos poder vivir hoy en una de las sociedades más igualitarias del mundo, donde con orgullo las personas valen más por el contenido moral y especificidad de su carácter, su espíritu de lucha, su preparación, su instinto de superación y el valor de sus obras que por el color de su piel, origen social u orientación político o religiosa. Esto nos diferencia notablemente de sociedades verticalmente estratificadas de la región, como la sociedad de castas colombiana, chilena, argentina, o norteamericana donde prevalece un sistema racista de clanes trogloditas, rapaces xenófobos, de apellidos feudales corruptos y grupos de poder excluyentes.
Artículo escrito por: Alejandro Carrillo García