Primicias24.com- Hace casi 100 años, en el verano de 1920, se reportó el último caso de la mal llamada Gripe Española, cuyo origen no tuvo nada que ver con España. Esta pandemia fue gestada en los campamentos militares de Fort Riley del estado de Kansas – USA. El primer caso se observó el 4 de marzo de 1918, se identificó en el cocinero Albert Gitchell en el campamento Funston de esa instalación militar. Luego de un siglo de investigaciones y estudios científicos se sabe que fue producida por un brote de influenza virus A del tipo H1N1, relacionado con un subtipo SARS (gripe aviar) y con el mismo agente patógeno coronavirus que hoy mantiene las alarmas encendidas en todo el mundo.
La Primera Guerra Mundial y la Pandemia de la Gripe Española sembraron varias decenas de millones de muertos y marcharon juntas de la mano en la propagación de toda suerte de calamidades. Fue en el puerto de entrada de tropas aliadas, en Brest – Francia, donde los marines estadounidenses actuaron como agentes portadores de la mortal peste que fulminó, en el primer año, a 50 millones de personas. El rango de propagación fue mundial.
A diez décadas de distancia se ha podido determinar que la gripe AH1N1 de 1918 a 1920 ha sido el suceso que más vidas ha cobrado en la historia de la humanidad. El 2,5% de toda la población mundial pereció bajo sus efectos y quitó la vida a un centenar de millones de habitantes. Sus estragos quedaron escondidos tras el boom de la prensa amarillista que dio impulso al evento bélico y fueron los mismos medios de comunicación los que solaparon la noticia para evadir responsabilidades y evitar la desmoralización de las tropas en conflicto.
Muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos entre 20 y 40 años. Los síntomas: fiebre elevada, dolor de oídos, cansancio corporal, diarreas y vómitos ocasionales. Muchas personas que fallecieron durante la peste sucumbieron a una clase de neumonía bacteriana, y a la falta de antibióticos y protocolos sanitarios, inexistentes para la época. Sin embargo, otro grupo de murió en los primeros cinco días de contagio a consecuencia de hemorragia pulmonar aguda masiva o por edema pulmonar.
La velocidad de contagio fue vertiginosa, nació en un cuartel de Kansas en enero, en abril ya era epidémica en zonas urbanas periféricas de USA, al final de ese mes entró Francia gracias a los marines, en mayo alcanzó toda Europa, en junio hizo estragos en el norte de África y en junio arribó a China, Japón e India llegando hasta Australia. En julio pareció disminuir en intensidad para levantar una segunda onda gripal más devastadora que continuó hasta 1920.
La onda expansiva alcanzó nuestras costas en octubre de 1918. Venezuela contaba con 2.500.000 habitantes, la expectativa de vida era de 42 años, se contagiaron cerca de 300.000 personas y fallecieron más de 25.000 de los contagiados (1 % de la población). Gracias a la brillante actuación del Dr. Luis Razzeti y otros ilustres galenos sanitaristas el impacto de la peste en Venezuela pudo ser disminuido pero no del todo evitado.
El Dr. Razzeti constituyó la Junta Central de Socorro con sede en Caracas, con representantes de todos los estados y municipios, desde donde se suspendieron las actividades escolares, se cerraron locales, se prohibieron actos públicos y se enviaron medicamentos para el control de la epidemia. Entre los miles de fallecidos se contó la vida de Alí Gómez, hijo predilecto del dictador.
El fin de la gran guerra, la firma del Tratado de Versailles y el apogeo de la peste coincidieron en tiempo y espacio. Sobre los campos de Verdum quedaron esparcidos millones de soldados que sirvieron como obreros de guerra y Europa se cubrió de 19 millones de caídos en batalla. La derrotada Alemania sufrió las condiciones exorbitantes e infames del humillante armisticio, el lenguaje oficial de los vencedores impuso el error histórico de bautizar con el nombre de española a una gripe cultivada en los Estados Unidos. Por su parte los alemanes la llamaron “blitz katarr”, los españoles “gripe del soldado de Nápoles”, y los médicos franceses maladie onze. Prevaleció el epíteto lapidario y la historia acuñada por la prensa que prefirió apoyar la guerra antes que denunciar la pandemia.
Las investigaciones científicas han logrado describir los patrones epidemiológicos de esta mortandad, y nos ayuda a entender la magnitud del daño que se produjo. Esto nos permite ingeniar medidas innovadoras y cercos sanitarios en nuestras fronteras para enfrentar posibles ataques bactereológicos. Es necesario, a su vez, instrumentar protocolos higiénicos de prevención interna, y desmontar, una a una, las leyendas negras que el sicariato mediático internacional inventa para bajar una cortina de hierro sobre la verdad intrínseca que ocultan los laboratorio de la guerra… o para engañar sobre el verdadero origen de una pandemia.
El imperio norteamericano ha declarado una guerra comercial contra China y por lo tanto blanco de todo tipo de ataques. La ciudad de Wuhan, donde apareció el coronavirus, fue declarada por la UNESCO como “ciudad creativa” en las áreas del diseño e innovación industrial, clasificada como ciudad beta mundial. Sobran motivos para deducir que las sanciones impuestas por USA contra la potencia asiática a raíz de la aparición de la epidemia forman parte de la estrategia para reducir su crecimiento económico y golpear duramente el aparato productivo.
En el escenario de una guerra abierta y frontal que Estados Unidos ha desatado sobre Venezuela no hay que descartar el uso de armas biológicas contra nosotros. Nuestras fronteras son muy amplias y vulnerables (5.161 km). Los registros, científicamente comprobados, describen las plagas asesinas que la CIA uso para infectar a Cuba con fiebres porcinas, varios tipos de dengue hemorrágico y enfermedades cuyas cepas fuera cultivadas por los gringos en sus laboratorios. Miles de rebaños tuvieron que ser sacrificados.
La salud y bienestar del pueblo es un bien inestimable, nuestras fronteras deben ser blindadas.
¡Venceremos!
Por: Alejandro Carrillo García