Primicias24.com- Mientras se oficializaba el arribo del primer buque iraní a territorio venezolano el sábado pasado, muchas miradas se elevaron al cielo en busca de los ojos del comandante Hugo Rafael Chávez Frías, para agradecerle mientras se enjugaban las lágrimas y un incontenible sentimiento de emoción y orgullo patrio hizo crujir las almas y los pechos de la gran mayoría de venezolanas y venezolanas, algo que jamás, léase bien: jamás, podrán experimentar los apátridas.
En esa noche, se estaba materializando una victoria más de nuestro noble pueblo, sobre el imperio más inescrupuloso y genocida conocido por la humanidad en cualquier época, gracias en esta oportunidad a la solidaridad, firmeza y dignidad del Gobierno de la República Islámica de Irán y todos sus habitantes.
Chávez, sin dudas, estaba ahí, como cuando fraguó esa y muchas otras alianzas, acompañando a las embarcaciones persas junto a los navíos, aviones y helicópteros de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana a la cual él le dio otro sentido, colocándola donde siempre debió estar: al lado de este luminoso pueblo, en defensa de la Patria que nos legaron Simón Bolívar, Francisco de Miranda, Antonio José de Sucre, tantas y tantos otros que dejaron su sangre en los caminos para darnos la libertad, y no al servicio de bastardos intereses imperiales neocoloniales.
No pudieron –ni podrán-, los genocidas de la Casa Blanca, ni su engendro aspirante a emperador del mundo, con la decisión inquebrantable, sólida, de los gobiernos de Venezuela e Irán y de sus respectivos pueblos, a pesar de la amenazas, bravuconadas –“los tenemos rodeados y ellos lo saben”- y presiones psicológicas que emplearon durante las semanas previas al histórico arribo de los buques iraníes.
Ellos, cansados de arrasar y pisotear naciones en el mundo, juraban que de ninguna manera la nación iraní se atrevería a respirarles en el pescuezo en sus propios linderos, nada más y nada menos que en “su” patio trasero, tal y como ya vienen haciéndolo en el Golfo Pérsico.
Deleznable también, la actitud de una cada vez más miserable dirigencia opositora y de sus cada vez más menguados seguidores, con un sujeto tan grotesco e imbécil como “líder”, tan rastrero que hasta su nombre da asco pronunciarlo o escribirlo, rogando a sus amos imperiales impedir el paso de los cargueros, incluso a riesgo de la paz mundial.
Ahí, en ese episodio, en ese nuevo ejemplo ante el mundo de dignidad, quedó ratificada por enésima vez, la templanza, el carácter heroico de un pueblo inquebrantable, indestructible, negado a arrodillarse ante ningún imperio y que además cuenta con el respaldo decidido de otros pueblos como el de Irán. Por eso, ¡jamás podrán vencernos!.