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Opinión

Jimmy López Morillo: El día en que Roberto Clemente se elevó y se hizo mar

Primicias24.- El 31 de diciembre de 1972, el mejor pelotero latinoamericano de todos los tiempos, quedó sembrado en el Mar Caribe, al desplomarse el avión en el cual llevaba ayuda a los damnificados por el terremoto de Managua..

Todas sus voces volando más allá del tiempo, como solía hacerlo cuando recorría aquel jardín derecho en procura de los batazos enemigos, con esas certezas que lo convirtieron tal vez en el mejor defensor de esa posición de la historia.

Todas sus voces tendidas en los irrefutables disparos de su brazo, en el vuelo imparable de sus piernas en procura de la mayor cantidad de almohadillas.

Todas sus voces en una sola garganta, reclamando el respeto para quienes eran sometidos a vejaciones, solo por el color de su piel o por su idioma.

Predestinado

Para bien o para mal, Roberto ClementeWalker  fue un predestinado. “Si vas a morir, moirás”, le respondió a su esposa Vera Zabala, aquella noche del 31 de diciembre de 1972, cuando le pidió que no abordara el avión en el cual llevaría alivio a los afectados por el terrible terremoto que había devastado a Managua, capital de Nicaragua, el 23 de aquel mes.

Era la tierra luminosa y traicionada de César Augusto Sandino y Rubén Darío, lacerada en las entrañas por la sucesión dictatorial de los Somoza desde hacía décadas, azotada por un sismo cuya intensidad se llevó por delante la vida de más de diez mil personas, “El Cometa de Carolina”, la voz más sonora de los peloteros latinos en Grandes Ligas dentro y fuera de un terreno de juego, no se conformó con encabezar la colecta de ayuda para los damnificados por la catástrofe, sino que prefirió asegurarse personalmente de que el auxilio llegara a sus destinatarios.

Fue así como Clemente, desatendiendo las súplicas de su esposa, se montó en aquel avión que a las 9:37 de aquella última noche del ’72, a escasos metros de las costas de su adorada Isla del Encanto, quedaría sembrado en las aguas indómitas del Mar Caribe.

Tres meses y un día antes, predestinado al fin, aquel muchacho que con furia defendió su derecho a ser respetado siendo negro, latino y reivindicando toda la humildad de sus orígenes, conectó el último imparable de una extraordinaria carrera, un doblete entre los jardines izquierdo y central frente al zurdo de los Mets de Nueva York Jon Matlack,  el 30 de septiembre de ese año.

En ese momento, la pizarra del Three Rivers Stadium de Pittsburgh, registró el detalle histórico: Roberto Clemente se convertía en apenas el undécimo jugador de la historia  en arribar a la mítica cifra de los 3 mil hits, primero además  entre los latinos.

Predestinado al fin, aquel fatídico vuelo del último día del ’72, lo elevó hasta el templo de los inmortales en Coopertown –también el primero de los latinos hasta entonces-, por la vía de la excepción, el 8 de agosto de 1973 –el mismo día cuando cumpliría 39 años-,  con una votación de 92,63%, solo superada para la época por las de Ty Cobb, Babe Ruth, Honus Wagner, Bob Feller, Ted Williams y Stan Musial.

Tránsitos

En febrero-marzo de ese ’72, en una exhibición entre los flamantes campeones de la Serie Mundial de 1971, Piratas de Pittsburgh –con Víctor Davalillo en sus filas- y los Rojos de Cincinati, un niño descubriendo los primeros destellos de su adolescencia, acudió al Estadio Universitario para colocarse en las gradas del jardín derecho, tan cerca como pudiera de su ídolo, Roberto Clemente.

Su memoria encontró un rincón especial esa jornada dominical, para guardar el momento en el que aquella figura  cruzó como un relámpago por la primera almohadilla luego de ligar un tablazo, dobló por segunda y aterrizó en la tercera de cabeza, como si se tratara del lance decisivo en un campeonato.

Llegaba Clemente a esos encuentros sin mayor relevancia -parte de su preparación para la que, sin nadie sospecharlo, sería la etapa final de sus tránsitos por los terrenos beisboleros-, con la estela de su imponente presencia en la Serie Mundial de 1971, en la cual condujo a sus Piratas hasta la corona en siete juegos frente a los Orioles de Baltimore, dejando.414 en promedio al bate, incluyendo un cuadrangular determinante en el último cotejo.

No hubo manera alguna, entonces, de arrebatarle el premio  de Jugador Más Valioso de aquella Serie Mundial. Como había sido su costumbre, no se quedó callado en los vestidores, cuando los periodistas que siempre lo habían menospreciado, acudieron a entrevistarlo. Sin tapujos, les restregó: “¡Ahora, por fin, me reconocen como el jugador que soy!”.

Sobradas razones tenía para decirlo. Persistentemente se le negaba el reconocimiento a su innegable calidad, entre  los m ejores de todos los tiempos. De hecho, se le consideró el jugador más dominante de la década de 1960, pese a lo cual, una elección en la época favoreció al zurdo de los Dodgers de Los Ángeles Sandy Koufax, recibiendo el boricua escasos votos.

Igualmente, pese a sus rutilantes campañas, únicamente en 1966 fue declarado el Más Valioso de la Liga Nacional. Debutó en 1955 en Grandes Ligas con los Piratas, su único equipo en 18 temporadas por aquel nivel, en las cuales acumuló 240 cuadrangulares, 1-305 remolcadas, 4 títulos de bateo, 12 guantes de oro e igual número de participaciones en juegos de estrellas. Además, encabezó a Pittsburgh en sus lauros en las Series Mundiales de 1960 y 1971.

Líder

Nacido en Ciudad de Carolina, Puerto Rico,  el 8 de agosto de 1934, fue amigo de Martin Luther King, con quien compartió caminatas en su finca borincana, conversando largamente sobre el rechazo a la violencia.

Clemente, fue indoblegable en su lucha contra la discriminación racial, al punto de que en tiempos en los cuales se les prohibía a los “negros” ingresar a restaurantes exclusivos para “blancos” –obligando a los peloteros “de color” a permanecer en los autobuses, a la espera de que sus compañeros les llevaran la comida-, exigió a los dueños de los Piratas asignarles camionetas para trasladarse hasta locales donde los atendieran a él y sus hermanos en el color de piel como seres humanos.

Jamás calló ante las injusticias de su época, de ahí el rechazo de una sociedad que aún hoy –con ropajes distintos-, sigue siendo racista.

Sin embargo, todas sus voces, su garganta retumbando más allá de los campos de béisbol como líder indiscutible de quienes -latinos o no-, son víctimas de prejuicios en el deporte; todas esas voces, las del predestinado, siguen levantándose por encima del bramido del mar en el cual aquel 31 de diciembre de 1972, regó todo su legado como atleta y ser humano entre quienes, aun sin conocerlo, llevan parte de sus huellas en los pasos.

Articulo escrito por Jimmy López Morillo

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