Durante una conferencia de prensa celebrada el martes pasado, en medio del lapso dado por el Consejo Nacional Electoral para la sustitución de candidatos a las presidenciales del 28 de julio, el jefe de la Oficina de Estados Unidos para Venezuela, Francisco Palmieri, abordó la cuestión de las sanciones. Palmieri señaló que la decisión sobre la reimposición de sanciones no se consideraba una “decisión final”, sino un mecanismo de presión vinculado con el proceso electoral.
Al abordar las negociaciones en curso con el gobierno venezolano, Palmieri admitió que estaban en marcha y que la forma en que se aplicarían las sanciones dependería de la aceptación de las demandas estadounidenses por parte de Venezuela. Además, indicó que la administración Biden estaría emitiendo licencias específicas y que se había establecido un periodo de desescalada hasta el 31 de mayo para permitir que las empresas concluyeran sus operaciones de manera ordenada.
Respecto a la posición de Washington en relación a Citgo y la insistencia de Venezuela en el respeto a la propiedad de Pdvsa sobre este activo, Palmieri optó por no abordar directamente el tema. Se limitó a señalar que hay litigios en curso en Estados Unidos relacionados con la resolución de las deudas de Pdvsa y que estos casos están siendo manejados por los tribunales de forma completamente independientes de la política.
ASOMBRO
Las declaraciones de Palmieri no causaron asombro alguno en Caracas ni en otras capitales de la región, lo que evidencia el grado en que se han naturalizado las actuaciones hostiles de las que Venezuela es objeto. Desde sanciones hasta apropiación de activos y la intervención directa de Estados Unidos en los asuntos internos del país, estas prácticas se han vuelto tan comunes que ya no generan sorpresa.
Este fenómeno, conocido como «normalización de la negatividad», ocurre cuando una situación negativa se vuelve tan común y frecuente que la gente la percibe como algo tan normal e inevitable que pierde así la sensibilidad ante su gravedad.
La normalización de prácticas negativas como las sanciones tiene serias consecuencias para Venezuela. Refuerza la tutela externa, estimula la evasión y la sumisión, y dificulta ponerle fin a un instrumento de agresión, que es tratado como como algo normal.
ALIVIOS
A medida que pasa el tiempo y las sanciones se vuelven más comunes, la gente y los gobiernos pueden comenzar a aceptarlas como parte normal del panorama internacional, a pesar del sufrimiento humano y el daño económico que causan. Esta aceptación gradual conduce hacia una desensibilización sobre las consecuencias negativas de tales medidas, mientras que las expectativas de un cambio se reducen a lo que se conoce en la jerga diplomática como «alivios».
Los «alivios» son medidas paliativas que no desmontan las hostilidades, sino que reducen temporalmente la acción agresiva o la carga, La promesa de alivios actúa como amenaza de reimposición para lograr un objetivo determinado.
Ejemplos de esto incluyen la decisión de los 45 días para el cierre de las operaciones de la licencia petrolera, el anuncio de consideración de solicitudes de empresas para licencias especiales para operar en Venezuela más allá del período de liquidación y la promesa de revertir la decisión.
CITGO
Es posible que entre los “alivios” acordados en las negociaciones entre Washington y Caracas, se haya considerado la devolución de los fondos venezolanos bloqueados en el exterior y la preservación de la propiedad de Pdvsa sobre la refinería Citgo. Sin embargo, hasta el momento, poco o nada de esto se ha concretado.
Por decisión política del gobierno estadounidense, a Venezuela se le ha impedido pagar o renegociar sus deudas, y se le ha prohibido participar en los juicios que se llevan a cabo en los tribunales de ese país. Esta decisión política, tomada por Trump y que ha mantenido la administración Biden, se sustenta únicamente en la fuerza y el poderío propio de las grandes potencias.
NATURALIZACIÓN
No es sorprendente que Estados Unidos vea su política de sanciones como algo normal. Sin embargo, lo que debería asombrarnos es que los líderes latinoamericanos acepten con naturalidad la intervención de Washington en los asuntos internos de la región, lleguen a considerar las sanciones como un mecanismo válido de presión y saluden los alivios sin emitir objeciones, como si se tratara de auténticos logros. La naturalización es la otra cara de la sumisión y la resignación.